Despertó. Dio un bostezo leve y se llevó las extremidades posteriores a los ojos cerrados un par de veces y estiró su cuerpo, desperezándose. Se lamió el hocico. No le dolió abrir los ojos, pues se encontraba en el mismo cuartucho de madera pequeño y oscuro que hace unos días. Entre cuatro paredes. Encerrado.
Cada vez (pues había perdido la cuenta) deseaba que no fuera real, que todo fuera un mal sueño, una pesadilla… pero nuevamente se encontraba allí, y el ansia le iba corrompiendo poco a poco por dentro. Le rugían las tripas.
Se incorporó, empezó a caminar de un lado a otro en ese lugar, inquieto, sin saber que hacer. Dio un par de vueltas sobre si mismo y se volvió a tumbar en el suelo, pero no podía estarse quieto. Intentaba hundir las garras en el suelo, pero era imposible… no había tierra, ni siquiera arena… era una superficie plana y lisa.
Volvió a levantarse, a olfatear, a escuchar… podía oler libertad cerca: tierra mojada, hierba, flores, incluso pequeños animales… podía escuchar grillos cantar, pájaros piando y revoloteando, incluso el pequeño curso de un arroyo cercano. Pero no sabía cómo obtenerlo.
Se aproximó a la pared más cercana, y elevándose sobre sus patas traseras, empezó a arañar las paredes, rápido, sin parar, con furia. La pared, ya desgarrada de otros intentos, escupía pintura y madera astillada. Se detuvo, cansado y desesperado. Le faltaba el aliento.
Caminó a lo largo de la habitación y ésta vez posó sus ojos en la puerta. Desde el extremo más alejado que podía estar de ella, cogió impulso y golpeó su lomo contra ella, una y otra vez, una y otra vez… pero no cedía. Posó sus patas delanteras sobre un tablón de madera que sellaba la puerta desde dentro (quizá se rompió en alguna otra ocasión) y la mordisqueó y arañó con rabia, la agarró entre sus fauces y tiró de ella un par de veces, pero solo consiguió arrancar una parte… un clavo saltó y sobresaltado, dio un paso hacia atrás.
Contempló la puerta maciza, respirando sin pausa, dándose cuenta de que aquello no había sido un gran logro, aun que un pequeño haz de luz se colaba entre unas rendijas.
Hastiado y cansado, se tumbó en el suelo de nuevo, dejando que el sol le cegara un momento, y se quedó allí, inmóvil, contemplando lo poco que podía observar del exterior.
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