PARTE I
Hoy, es el primer día de mi vida. Creo que tengo 35 años, al menos eso pone en una hoja de partida de nacimiento que dicen ser mía, y debo de llamarme Mike, ya que es el nombre con el que se dirigen a mí las personas que me rodean, pero yo no conozco a ninguna de ellas; me siento como un niño pequeño perdido en un centro comercial o en pleno Michigan.
Hoy, es el primer día de mi vida. Creo que tengo 35 años, al menos eso pone en una hoja de partida de nacimiento que dicen ser mía, y debo de llamarme Mike, ya que es el nombre con el que se dirigen a mí las personas que me rodean, pero yo no conozco a ninguna de ellas; me siento como un niño pequeño perdido en un centro comercial o en pleno Michigan.
Tenía todo el rato la sensación de que era como un fantasma, un mero cuerpo traslucido e irreconocible, sin forma, aun que cierto es que me miraba las manos y veía que eran de carne y hueso, como las de todo el mundo, claro…dejando aparte lo plagadas de cicatrices que estaban, aun que no sabia decir si realmente eran las mías… Aun que era un echo… ¿Me explico?
Con la partida de nacimiento en el bolsillo de una especie de pijama blanco bastante fino para mi gusto, adjunta con una fotografía de un hombre sonriente, el pelo corto azabache y unos ojos verdes intensos, fotografía de la persona que supuestamente era “yo”, y que debía de ser yo, me dirigí, arrastrándome por la cama primero, mientras sentía un agudo dolor de cabeza que se me clavaba en las sientes, intensificado por el resplandor de las bombillas de flexo que radiaban contra las paredes de plaquetas de mármol, y un dolor indescriptible por mis costillas incluso cuando respiraba, hasta el final de la cama, envuelto por un aroma cargado de medicina y a el típico olor de anciano. No me preguntéis como llegué al suelo, ni tampoco como llegue al servicio que había dentro de esa misma habitación extraña llena de artilugios que supongo una persona “normal” no tiene en su casa habitualmente. Si os puedo decir, sin en cambio, que no pude levantarme del suelo tan fácilmente: Mis propias piernas, que estaban allí, anexas al resto de “mi” supuesto cuerpo, no respondían, así que me aferré con mis manos entumecidas al borde del lavamanos y me impulse hacia arriba, mientras me temblaban los brazos del esfuerzo y sentía una fatiga que hacía que mi caja torácica estuviera siendo atravesada por agujas largas de ganchillo, y una gota de sudor me resbalaba por la frente cayendo por el rabillo del ojo, como si fuera una lágrima perdida, tan perdida como estaba yo en ese momento. Haciendo acoplo de unas fuerzas que sinceramente, no se de donde salieron (debe de ser instinto de supervivencia) logré incorporarme con los brazos, cargándolos del peso del resto de mi cuerpo (ya que mis piernas seguían sin responder) y dejé caer sobre el frío, duro y húmedo mármol la mitad de mi cuerpo durante unos instantes, mareado, dejándolo reposar, cerrando fuerte los ojos a causa de ese dolor de cabeza que me aplacaba los pocos sentidos que pudieran seguir conmigo.
Tras unos minutos, o segundos que parecieron minutos, abrí los ojos… despacio, acostumbrándome de nuevo a tenerlos abiertos, y al repentino aguijonazo que sufrí de nuevo en mis sienes. Con la visión algo borrosa y mi pecho a punto de estallar, dirigí como pude mi mano más que temblorosa hacía el bolsillo del pijama para extraer “mi” partida de nacimiento.
Erguí un poco más el resto de mi cuerpo, no me preguntéis como, pues ni yo mismo lo se, para dejar “mi” cara a la misma altura del espejo que había colocado justo enfrente en la pared.
Mi mente parecía una especie de remolino y mis ojos estaban decididos a no dejarme ver con claridad. Con mi antebrazo, me sequé la frente perlada de gotas de sudor.
Levanté mi mano con aquel folio apretado en mi puño, pero el constante temblor no me dejaba reconocer esa cara tan desconocida de la imagen. Furioso ante mi debilidad e impotencia, estampé el folio contra la pared a escasos centímetros del cristal, sujetándolo con la palma de mi mano contra ella, divisando de nuevo, ya con sorprendente claridad, el rostro de ese hombre al que yo nunca había visto pero que era “yo”; y sin pensármelo más veces, dirigí mi mirada hacia el espejo...
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