Adriana Odiaba el verano. Porque con él llegaban el calor, las piscinas y las faldas cortas. Las que su abuela se empeñaba en comprarla como tres cada año “porque no tenía ninguna” y siempre acababan echas un revoltijo al fondo del ultimo cajón del armario para que su madre se olvidara de que existían y también para que dejara un rato de decirla que ya tenía edad para “vestirse como una mujer” y no con esas camisetas tan largas y sueltas. Amaba el invierno. El frío. El abrigo de los plumas y el hecho de poder ponerse muchas capas de ropa encima para que se la viera lo menos posible el cuerpo. Odiaba el verano, cómo también se odiaba a sí misma. Odiaba cada reflejo y cada espejo: el de cuerpo entero de la habitación de sus padres que se empeñaba en burlarse de ella cada vez que se le ocurría la patética idea de probarse alguna de esas faldas pensando que quizá, ese año, o en ese momento, la sentarían bien. O el que ocultaba una pared entera de su cuarto de baño, que le miraba acusador mientras su rostro se perdía con el agua de la cisterna, mezclándose con su verguenza y las pocas lágrimas que la podían quedar, con la garganta abrasándole la culpa y esas marcas en los dedos que poco a poco la iban delatando.
Su rostro se perdía con el agua de la cisterna
6.6.10
Publicado por Clow Ceridwen en 11:09 p. m. 3 comentarios
Etiquetas: Adriana
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